Ya no somos niños, que hablan arreglando el mundo sin saber de experiencias, ya no somos niños de esos que juegan a la rayuela, ni de esos que van a casa de la abuela porque no hay nadie que les abra la puerta.
Ahora somos mayores, algunos con descendencia, nos vamos quedando calvos o nuestros pelos pintamos para ocultar la decadencia.
Pero seguimos siendo niños cuando nos juntamos alrededor de una mesa, cuando sacamos los juegos, cuando contamos cosas solo nuestras. Niños crecidos y valientes, maleados por la vida con heridas de guerra, niños crecidos y valientes pero con mirada y descaro infantil, sin querer perder esa frescura y vivencia que solo te da la infancia, cuando el verano era eterno; tres meses y parecía toda una vida, la mejor vivida. La vida bella.
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